Saltear al contenido principal

Recuerdo-homenaje al poeta Jorge Teillier

El 22 de abril de 1996 murió, en el hospital Gustavo Fricke de Viña del Mar, el poeta Jorge Teillier. Se ha escrito mucho sobre él, y en este pequeño recuerdo no diré, por cierto, nada nuevo. Solo lo que todos sabemos: era un gran poeta, uno de los más en “estado puro” que he conocido, un “príncipe de los poetas”, que llevó al límite, sin claudicar con nada ni nadie, el “vivir poéticamente” que proponía Hölderlin (“poéticamente habita el hombre sobre la tierra”), el romántico alemán. Eso tenía un alto precio, sin duda; pero él sabía que un día sería leyenda (“Un día seremos leyenda. Mientras tanto seamos felices. Llegó la medianoche y aún/ estamos vivos”), y que la poesía no solo debe ser escrita, sino vivida; escribió: “La poesía/ es un respirar en paz/ para que los demás respiren,/ un poema es un pan fresco,/ un cesto de mimbre”. Fue muy lejos en ese camino, donde solo llegan unos pocos, tal vez los elegidos, los ungidos por la gracia, buscando la iluminación, un místico de la belleza, del descubrir y el vivir poéticos. Ese umbral lo cruzan pocos, y una vez traspasado desde allí ya no se vuelve, ya no se quiere regresar sino solo para contar o compartir lo que hay tras todo el follaje o los muros. En ese ir más allá, hacia el lugar de la gran poesía, Teillier fue un explorador, un adelantado, un conquistador, un guerrero inerme en el mágico país “donde-todo-es-posible”, donde se aprende a ver las cosas, los asuntos y los seres desde la experiencia poética. Recuerdo una anécdota. Un día busca un lugar cerca de la Estación Central, en Santiago, tal vez calle Exposición y la única persona cercana es un mendigo, un marginal, un hombre de calle, un hombre que ni siquiera es visibilizado por muchos, y el poeta se acerca, le estira su mano y le dice, respetuosamente, como si estuviera ante el más venerable de los humanos: “Señor, buenos días, quiero preguntarle por…”. El hombre, el mil veces humillado, el abandonado de sí mismo y de los otros, sintió que despertaba su dignidad, se sintió tratado humanamente, se levantó dificultosamente y le indicó lo que el poeta quería. Se despidieron como dos señores que ven en el otro la dignidad y la fraternidad humanas. “¿Quién sería este, que me habla así, de manera tan inusitada, con tanto respeto?”, quizás habrá pensado después al verlo alejarse. Posiblemente sea la historia levemente distinta, pero esa es su esencia. El poeta que ve “tras el espejo”, donde otros no han llegado; él ve lo que solo la maravilla y la conquista del espíritu permiten ver.

Hace 22 años murió un príncipe de poetas, un inspirado, una leyenda cierta de la poesía chilena. Sus restos quedaron en el cementerio de La Ligua, en un camposanto con tumbas blancas y de tierra. La última vez que visité ese lugar había un libro de poesía en la tumba, dejado allí por un poeta joven por mí desconocido, y unas grandes buganvilias cubrían parte del sitio del reposo del poeta. Y el viento en la colina, el viento y su sonido sereno entre los árboles, y la tarde en calma. ¡En este 22 de abril, como desde entonces, mi recuerdo y mi homenaje, querido poeta!

JMR, abril de 2018

Volver arriba