Saltear al contenido principal

ALGUNOS POEMAS DE LA POESÍA CASTELLANA DE LOS SIGLOS XII AL XVII

DE UNA ANTOLOGÍA DEL POETA Y EXALUMNO EDUARDO ANGUITA: ALGUNOS POEMAS DE LA POESÍA CASTELLANA DE LOS SIGLOS XII AL XVII

 

Eduardo Anguita (1914-1992), Premio Nacional de Literatura 1988 –uno de los poetas más destacados de Chile en el siglo XX, exalumno de nuestro colegio–, realizó una antología de la poesía castellana, publicada por Editorial Universitaria en 1981, titulada Nueva Antología de la Poesía Castellana, la que abarca poesía de España, Hispanoamérica y Chile. Revisitada durante este tiempo, en sus primeras páginas trae fragmentos y textos completos, algunos poemas que deberíamos conocer todos los hablantes del castellano (lenguaje originado en Castilla y cuyos primeros referentes se remontan al siglo X); releyendo esta antología esencial de la poesía del idioma, los poemas citados aquí me han traído a la memoria los tiempos en que en la universidad conocíamos la poesía medieval, el Romancero, la poesía de Jorge Manrique –tan vigente en su sabiduría siempre–, la poesía mística de San Juan de la Cruz, del agustino del siglo XVI Fray Luis de León y del Fénix de los Ingenios, Lope de Vega.

 

Eso me ha motivado a transcribir aquí algunos de estos textos, que están en la profundidad y los cimientos de la literatura de la lengua en que concebimos y pensamos el mundo: el castellano o, más actualizado, la lengua española. Poesía de la mejor ley, para conocer o recordar.

 

 

 

CANTAR DE MÍO CID

 

(Anónimo, siglo XII, fragmento del Primer Cantar)

 

De los sos oios tan fuertemientre llorando
tornaua la cabeça i estávalos catando.
Vio puertas abiertas e uços sin cannados,
Alcándaras vázias sin pielles e sin mantos,
e sin falcones e sin adtores mudados.
Sospiró Mio Çid ca mucho avié grandes cuidados.
Fabló Mio Çid bien e tan mesurado:
¡Grado a ti Sennor Padre, que estás en alto!
¡Esto me an buolto mios enemigos malos!

 

 

LA VAQUERA DE LA FINOJOSA

 

(Íñigo López de Mendoza, el Marqués de Santillana, siglo XV)

 

Moza tan fermosa
non vi en la frontera,
como una vaquera
de la Finojosa.
Faciendo la vía
del Calatraveño
a Santa María,
vencido del sueño,
por tierra fragosa
perdí la carrera,
do vi la vaquera
de la Finojosa.

En un verde prado
de rosas e flores,
guardando ganado
con otros pastores,
la vi tan graciosa
que apenas creyera
que fuese vaquera
de la Finojosa.

Non creo las rosas
de la primavera
sean tan fermosas
nin de tal manera,
fablando sin glosa,
si antes supiera
de aquella vaquera
de la Finojosa.

Non tanto mirara
su mucha beldad,
porque me dexara
en mi libertad.
Mas dixe:–«Donosa
(por saber quién era),
¿aquella es la vaquera
de la Finojosa?…»

 

ROMANCE DEL CONDE ARNALDOS

(Del Romancero, anónimo, c. 1500)

 

 

Quién hubiese tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de San Juan!
Con un falcón en la mano
la caza iba a cazar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar.
Las velas traía de seda,
la ejercía de un cendal,
marinero que la manda
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar,
los peces que andan nel hondo
arriba los hace andar,
las aves que andan volando
nel mástil la faz posar.
—Galera, la mi galera,
Dios te me guarde de mal,
De los peligros del mundo
sobre aguas de la mar,
de las fustas de los moros,
que andaban a saltear—.
Allí habló el conde Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
—Por Dios te ruego, marinero,
dígasme ora ese cantar—.
Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
—Yo no digo esta canción
sino a quien conmigo va.

 

COPLAS POR LA MUERTE DE SU PADRE
 

(Jorge Manrique, siglo XV, fragmento)

 

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
 cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
 

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar

de tal manera.

Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.

 

Decidme: La fermosura,

la gentil frescura y tez

de la cara,

la color y la blancura,

cuando viene la vejez,

¿cuál se para?

Las mañas y ligereza

y la fuerza corporal

de juventud,

todo se torna graveza

cuando llega al arrabal

de senectud.

 

¿Qué se fizo el Rey Don Juan?

Los Infantes de Aragón

¿qué se ficieron?

¿Qué fue de tanto galán?

¿Qué de tanta invención

cómo trujeron?

Las justas, y los torneos,

paramentos, bordaduras

y cimeras

¿fueron sino devaneos?,

¿qué fueron sino verduras

de las eras?

 

¿Qué se ficieron las damas,

sus tocados y vestidos,

sus olores?

¿Qué se ficieron las llamas

de los fuegos encendidos

de amadores?

¿Qué se fizo aquel trovar,

las músicas acordadas

que tañían?

¿Qué se fizo aquel danzar,

aquellas ropas chapadas

que traían?

 

NOCHE OSCURA DEL ALMA

(San Juan de la Cruz, de la poesía mística

 castellana, siglo XVI)

 

En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.

 

A oscuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

 

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

 

Aquésta me guiaba
más cierto que la luz de mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

 

¡Oh noche que guiaste!
¡oh noche amable más que el alborada!
¡oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!

 

En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

 

El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.

 

Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

ODA A LA VIDA RETIRADA

 

(Fray Luis de León,

 religioso agustino del siglo XVI)

 

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;

Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh monte, oh fuente, oh río,!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.

El aire del huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo
que del oro y del cetro pone olvido.

Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.

 

¿QUÉ TENGO YO

QUE MI AMISTAD PROCURAS?

 

(Lope de Vega, siglos XVI-XVII)

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

 

 

JMR, Extensión y Cultura, octubre de 2020

Volver arriba