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El Padre Alfonso María Escudero, O.S.A., en el libro «En citrola a Canadá» del exalumno Juan Lorenzini Correa

En el libro En citrola a Canadá del exalumno Juan Lorenzini Correa, el autor recuerda –estando en la Basílica de Santo Domingo, en la capital de Ecuador– al P. Alfonso María Escudero, O.S.A., capitulo VII, En Quito. El P. Escudero, prestigioso sacerdote agustino e intelectual del siglo XX, quien da el nombre a nuestra biblioteca y es autor de una vasta obra literaria, entre otras publicaciones: Lecturas para niños, 1933; Romancero español, 1939; La prosa de Gabriela Mistral, 1950; El poema del Cid (crítica literaria), 1951; Manojo lírico castellano, 1958; Fuentes para el conocimiento de Neruda, 1965; Apuntes sobre el teatro en Chile, 1966; Ercilla y Chile, 1971.

El libro de Juan Lorenzini Correa fue publicado en 1972,por la Editorial Nascimento, y tuvo una gran acogida del público y de la crítica especializada. Esta obra narra el viaje que el autor y su cuñado Luis realizan en una citroneta, por un proyecto presentado a la Citroen, para ir en una modesta “citrola”, fabricada en Chile, desde Santiago hasta Canadá, constituyéndose la crónica en un apasionante libro de viaje, hoy injustamente olvidado, y el que debería reeditarse aun con su extenso volumen (más de 500 páginas).

Escribe Juan Lorenzini. en el capítulo señalado:

“Al regreso de Luis partí, a mi vez, a echar un vistazo a la famosa iglesia de Santo Domingo, tan rica en especies eclesiásticas e históricas. 

Mientras recorría, con tanta curiosidad como devoción, la solemne nave central, con su hermoso altar mayor, el Coro y los altares laterales, todo poseído de clásica belleza colonial que tocaba las más escondidas fibras del alma, lamentaba no ser llevado de la mano por algún experto guía, de esos que unen a la erudición la vocación por la belleza y por el significado que tienen los diversos hechos esculpidos por los hombres en la materia que conforma el universo. Se me vino a la mente la figura recia, de rebelde pelo cano y agresivas cejas disparadas como fulmíneas saetas inquisitivas, que coronaban la desenvuelta figura membruda, apenas disimulada en su gastado y brillante hábito negro y agustino, del padre Alfonso María Escudero. Padre Escudero, para sus alumnos. Padre Alfonso, para quienes llegaban a creer que habían superado su calidad de discípulos. ¡Cuánto conocimiento, cuánta belleza bien digerida hubiera podido apropiarme con su compañía tan selecta, singular en la justa medida del término! Algunos fanáticos “alfonsinos”, que han existido de siempre y en todos los niveles, como Solís de Ovando, por ejemplo, aseguran que el padre Escudero hizo milagros en vida. Lo que sí resulta indiscutible es que su sola presencia transmitía conocimiento, inquietudes estéticas, amor por la belleza, dondequiera que esta estuviese o cualquier fuera su forma o contenido, pasión por los viajes, en cuanto manantial inagotable de conocimientos y gozo de vivir, y sentido de la armonía, de la justa medida en la valoración de todas las cosas creadas y los hechos de los hombres. Así debe haber sido, puesto que, parco en palabras y gestos, exacto en la síntesis, llenaba de ideas y hacía que uno se integrase introspectivamente, en buscar la verdad que dentro de cada ser humano anima. Más que enseñar con discursos, con largas y densas exposiciones, inundaba de sugerencias, despertaba ideas propias, pulsaba las cuerdas precisas para producir ecos que pusieran de manifiesto las facultades de cada uno. En verdad el verdadero maestro es aquel que sabe iluminar nuestros propios sentidos y sirviéndonos de nuestra propia inteligencia, podamos conocer aquello que se nos aparezca como potencialmente valioso. Quizá radique en esto la fuerza de la metáfora que fanáticos “alfonsinos” menores aplicaban para significar el valor de la presencia del padre Escudero: “La sola presencia del padre Escudero producía aprendizaje por osmosis”. 

Pensaba en todo esto, que en los momentos que escribo adquiere toda su justa dimensión (1)[1], mientras, sentado a uno de los bancos, evocaba la figura y contenido de mi maestro”.

 [1] El Rvdo. P. Alfonso M. Escudero falleció el 21 de septiembre de 1970, cuando estaba dando término a la revisión de este libro, cuya creación estimuló.

 

CSA, Memoria Agustiniana, junio de 2024.

 

 

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