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El pueblo y héroes mapuches en la obra de Alonso de Ercilla, Rubén Darío y Pablo Neruda

Alonso de Ercilla, el poeta-soldado español del siglo XVI, en “La Araucana” canta a Chile, a su gente, esto es entonces, al pueblo mapuche, en los tiempos fundacionales de lo que será nuestro país:

Chile, fértil provincia, y señalada
en la región antártica famosa,
de remotas naciones respetada
por fuerte, principal y poderosa;
la gente que produce es tan granada,
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida
ni a extranjero dominio sometida”.

Nadie puede negar que esto está en los cimientos de Chile, de la patria nuestra. Ercilla se refería al pueblo mapuche, y le decía al mismo monarca de España, que nunca un rey lo había regido ni ha sido sometido a potencias extranjeras, entiéndase a ellos mismos, los conquistadores españoles. Más adelante, el autor describe Caupolicán, manifestando su admiración aun siendo enemigo, aludiendo a su elección como Toqui, jefe militar, cargando un pesado tronco por más tiempo que el de los otros linajudos que postulaban a lo mismo:

“Con un desdén y muestra confiada,
asiendo el tronco duro y nudoso,
como si fuera una vara delicada,

se lo pone en el hombro poderoso:
a la gente enmudecía maravillada
de ver el cuerpo tan nervoso.
El color a Lincoya se le muda
poniendo en sus victoria mucha duda.
El bárbaro sagaz despacio andaba,
y a toda prisa entraba el claro día;
el sol las largas sombras acortaba,
mas él nunca decrece en su porfía:
al ocaso la luz se retiraba,
ni por eso flaqueza en él había;
las estrellas se muestran claramente,
y no muestra cansancio aquel valiente”.

 

Tres siglos más tarde, en el siglo XIX, otro extranjero, el gran poeta nicaragüense Rubén Darío, fundador del Modernismo, quien estuvo en Chile, escribe un famoso soneto al héroe mapuche.

CAUPOLICÁN

(Rubén Darío)
Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.
Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,

desjarretar un toro, o estrangular un león.
Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.
«¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta»,
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.

Neruda escribió un hermoso poema sobre Lautaro, “Educación del cacique”. Por esto y más, duele escuchar “El que no salta/ es mapuche” en la Región de la Araucanía; con conciencia o no, eso es ir contra las raíces de nuestra propia historia y contra un pueblo que nos nutrió desde los comienzos. De pequeño me enseñaban en la escuela que los colores de nuestra bandera eran por el azul del cielo y del mar que nos bordea, el blanco por la nieve de las montañas y el rojo, por la sangre de nuestros héroes, por cierto que entre estos, los héroes
mapuches… ¿Cómo entonces querer despojarnos de los que somos desde el origen como nación? Mis respetos al pueblo-nación mapuche. Ojalá nunca más escuchar la afrenta del grito aquel. ¡Es una afrenta al Chile profundo!

Como cristiano y profesor, claro y rotundo: ¡No al racismo!

José Miguel Ruiz, agosto de 2020

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