Este libro narra la vida del Beato José Agustín Fariña, O.S.A., religioso español nacido en Valladolid en 1879, bautizado con el nombre de Alfredo Fernando, hijo de un oficial de telégrafos, don Juan Francisco Fariña y de doña Filomena Castro Vásquez. Nace en el seno de una familia católica. Esta debe emigrar a las Islas Canarias cuando Alfredo aún no cumple los seis años. La madre del niño muere tempranamente. Su padre se vuelve a casar, esta vez con doña Jerónima Marrero y de este matrimonio nacen cuatro hijos, entre ellos Joaquín, el primogénito de esta nueva unión de su padre, con el cual Alfredo tendrá una relación muy estrecha. Hacia fines de 1894 o a comienzos de 1895 fallece la madre de Joaquín y algunos meses después, su esposo, el padre del joven Alfredo y de Joaquín. Los niños comenzarán a vivir con sus abuelos, quienes no tenían la formación religiosa de los padres de aquellos. El adolescente Alfredo Fernando, siente la vocación hacia la vida religiosa y en el año 1894 es aceptado en el Convento San Agustín de Calella para iniciar el Noviciado. En 1895 profesa la Primera Profesión de Votos Simples y entonces asume el nombre de José Agustín (por San José y San Agustín). En 1895 será enviado, junto a otros religiosos a Chile, donde llegará el 20 de enero de 1896. Será destinado a la comunidad agustiniana de Talca. En 1898 realiza sus Votos Solemnes, y su ordenación sacerdotal se llevó a cabo el 24 de marzo de 1902.
Su vida religiosa dentro de la Provincia Agustiniana de Chile fue muy activa. Se desempeñó como Maestro de Novicios, confesor, profesor, y procuró la difusión de la Orden creando un boletín, La Hojita del Buen Consejo, difundiendo el quehacer y espiritualidad agustinianos en la ciudad de Talca y donde llegara este medio que más adelante se transformó en una revista de la Orden en Chile, El Buen Consejo. Escribió mucho el P. José Agustín Fariña, también poesía. Su precioso libro Tesoro del Novicio (1910) ha sido una suerte de vademécum para generaciones de religiosos agustinos, especialmente los jóvenes.
Amó a Chile, su paisaje y su gente, quizás también por eso quiso traer a su hermano Joaquín a nuestro país, en una época de España que no ofrecía “grandes horizontes”, y mediante la ayuda de una pía y generosa mujer, doña Ana María Paut, este pudo venir. No era la vida religiosa la vocación del hermano, sino la del laico dedicado al estudio desde ese estado, llegando a destacarse por su gran amor por la lectura y capacidad para adquirir conocimientos. Pero enfermó de tuberculosis y, aun cuando se hicieron todos los intentos posibles en su época para curarlo, fue agravándose paulatinamente. Los momentos finales de Joaquín son absolutamente conmovedores. Citamos: “Dios hace su obra: ‘… el jueves 15 de agosto (1907), después de una víspera transcurrida en oración ante la Madre del Buen Consejo, me hizo [Joaquín], recuerda su hermano, arrodillarme a su lado, sosteniendo en sus manos un cuadro de la Virgen del Buen Consejo, y tales cosas le dijo por más de media hora seguida, que dejé bañado el suelo con mis lágrimas. A eso de la una de la tarde entró en un sueño apacible. […] A las tres y cuarto de la tarde me hallaba en su habitación con otras personas, despertó tranquilamente y como si cumpliera una orden de despedirse se volvió hacia nosotros y, sonriendo como un Ángel, nos dijo, mirándonos con ternura: ‘¡Adiós, pues!’… Se volvió, clavó los ojos en la imagen de María y se quedó dormido en el sueño de la muerte. Sus ojos abiertos quedaron fijos en su querida Madre, y una sonrisa de Cielo quedó grabada en sus labios” (pág. 88), testimonio del P. José Agustín Fariña.
Tras veinte años en Chile, el P. Fariña decide ir a España de vacaciones. Llega a Barcelona el 20 de noviembre de 1917, tiempos de la Primera Guerra Mundial; a poco de iniciar sus vacaciones, recibe una comunicación desde Roma, de la Curia General, señalándole que era requerido para el cargo de Vicepostulador de las Causas de los Santos. Debe acudir. Lo hará por la costa mediterránea francesa. En el primer pueblo al pasar la frontera, Cerbère, cuando revisan su documentación, la policía no entiende bien sus papeles: unas veces es Alfredo Fernando; en otras, José Agustín. Lo acusan de espionaje y lo encarcelan. Allí estuvo durante un mes. Podemos imaginar cómo era la prisión y la gravedad de la acusación en ese tiempo de guerra. Luego de los esperables trámites, fue devuelto a España; allí se desarrollará la parte final de su historia. Se integrará a la Provincia Agustiniana de Castilla y su casa estará en el Real Monasterio de El Escorial, donde había más de un centenar de religiosos agustinos.
Pasa el tiempo, llega el año 1936, la Guerra Civil española. El Monasterio de El Escorial queda bajo el poder de las autoridades republicanas y los religiosos son obligados a permanecer enclaustrados, salvo uno para realizar las compras. Llegan los días de las sacas de presos, en que se trasladaba a los religiosos a otras cárceles o a la muerte. Son llevados a Madrid. A fines de noviembre de 1936, después de meses de cautiverio, se anuncia que serán sometidos a juicio por un Tribunal del Pueblo. El 30 de noviembre fueron sacados de la prisión de San Antón 57 agustinos (25 sacerdotes, entre los cuales iba Fray José Agustín Fariña; 23 profesos, tres de ellos fueron liberados, y 6 hermanos no clérigos; antes ya habían sacado a otros), llevados en buses y camiones a Paracuellos de Jarama, una localidad ubicada a poco más de veinte kilómetros de Madrid, donde son fusilados y lanzados a una fosa común.
Citamos algo de estas páginas que nos dicen de lo que ocurría en aquellos funestos días: “Menos de una hora después de partir, tras superar más de quinces controles carreteros de la milicia republicana, los autobuses se detienen en la carretera, a poca distancia de Paracuellos, en los parajes del arroyo de San José junto al río Jarama, cerca de una hilera de pinos. El otoño hacía sentir la fría cercanía invernal en aquel lugar poco provisto de vegetación y los religiosos llevaban solo lo puesto. Muchos de ellos en mangas de camisa y evidenciando los signos de desnutrición del cautiverio. En estas condiciones, los religiosos fueron atados de dos en dos con alambres, cables y cuerdas y les ordenaron ponerse en marcha, bajo golpes de culata y amenazas, por unos doscientos metros a través del camino en dirección del cercano arroyo de San José. Serían sus últimos pasos en esta tierra” (pág. 166), describe el autor del libro.
La barbarie de esa guerra fratricida que costó tantas víctimas de ambos bandos.
El P. José Ignacio Busta, O.S.A., Provincial de la Orden de San Agustín en Chile, ha escrito un libro clave para conocer sobre la vida del Beato José Agustín Fariña, religioso perteneciente a la Provincia Agustiniana Chilena; una obra de carácter histórico, hagiográfico, de reconocimiento, admiración y profundo afecto por el hermano mártir. Un libro delicadamente bello, de homenaje, de recuperación de la memoria de una vida ejemplar, que da cuenta de una existencia de servicio, especialmente a los más pobres, de amor a Dios, a la Virgen y a su Orden Agustina, y que inspira a la devoción del beato agustino.
J.M.R., Colegio San Agustín, julio de 2024