Saltear al contenido principal

LIBROS DE LA CUARENTENA: La poesía del P. José María Riveros Conejeros, OSA, exprofesor del colegio

En el año 2007, se publicó en la imprenta del Liceo San Agustín (actual Colegio San Agustín) un breve poemario con el más que sencillo título de “47 poemas”. Lleva una introducción del P. Osvaldo Walker Trujillo, OSA, incansable historiador, compilador y “rescatador” de todas las manifestaciones literarias e históricas, sobre todo de la Orden Agustiniana en Chile, que pudiera encontrar. En estas palabras preliminares nos enteramos que le fueron entregados los textos por su autor y que fueron publicados en el mismo orden en que venían. Corresponden a poemas escritos a lo largo de la vida por el P. José María Riveros Conejeros, OSA, quien fue profesor de inglés en el Liceo San Agustín, y quien tenía fama de gran estudioso.
Hace ya trece años desde aquella publicación. Recordaba haber leído el poemario y vagamente algunos de los textos y de algún comentario hecho al P. Osvaldo Walker entonces. En estos tiempos de pandemia, di con este opúsculo en alguna parte entre mis libros, y lo releí. Me reencontré con un delicado poeta, con una experiencia poética genuina, verdadera, bella, y –así ocurre ante algunos hallazgos– el lejano sacerdote y profesor agustino, serio, silencioso, se me volvió cercano, fraterno, profundo; un ser en que la vivencia de Dios y del amor humano, también, encontraba su cauce en la poesía. Admirador confeso del poeta Amado Nervo (¡quién no ha leído de este su poema “En Paz”!), expresa su sentir a través de formas clásicas: cuartetos, el soneto que cultiva mucho, versos rimados, sometidos a la métrica, cadenciosos.
Podría extenderme haciendo el análisis de los poemas de Fray José María Riveros, pero solo mencionaré algunos de ellos: “El sauce”, por ejemplo, un soneto en versos dodecasílabos, el poeta ve el árbol, “Viejo sauce de las ramas encorvadas/ sobre el pecho de algún charco solitario”…, finalmente, por las ráfagas del viento, algunas de sus ramas “ya se elevan como brazos hasta el cielo”.
El poema “Vocación” nos lleva a adentrarnos en esa experiencia íntima que es el “llamado” a algo, esta vez, por “Alguien”: “Oh, Señor!, si tú me dices: ¡“ven”!/ y me indicas el camino con tu luz,/ yo lo dejo todo y te sigo también:/ me despido del mundo ¡y tomo tu cruz!”. El poeta devela su anhelo y decisión en esa suerte de diálogo amoroso con su Señor. La presencia de Dios es palmaria en estos poemas: “Señor, cuando Tú me hieras/ bajaré solo hasta el fondo de la tierra,/ para hacerme entre tus manos justicieras/ tan pequeño como un libro que se cierra”, cuando Tú me hieras Señor, cuando Tú, mi Dios… (“Cuando Tú me hieras”).
La poesía surge de lo esencial del poeta, pero se nutre también de la lectura de otros y se van quedando los afines, los que se entrelazan con la experiencia profunda del vate. Hay un poema que no puedo dejar de asociar a la relación de asombro y admiración de la naturaleza de San Agustín, o con el “Cántico de las criaturas” de San Francisco de Asís (“Alabado seas, mi Señor,/ por la hermana luna y las estrellas,/ en cielo las formaste preciosas y bellas…”), el titulado “Te agradezco”: “Te agradezco, Señor, /porque puedo ver el sol y ver la luna y las estrellas;/ porque puedo hallar tu rostro en cada flor/ y en la espina tu silueta que se hermana con tus huellas.// Te agradezco la luz/ y las formas y colores que nos guían en la tierra;/ te agradezco ese dibujo de tu cruz…/¡y lo mucho que en sus brazos extendidos ella encierra!// Te agradezco la nieve,/ pura y blanca, que te reza arrodillada en la montaña,/ y el mensaje de la nube cuando llueve/ sobre el bosque y el desierto, sobre el trigo y la cizaña” y sigue…

Y la reflexión sobre la muerte “por otros tan temida”, que también se agradece, como la “hermana muerte” de Francisco de Asís: “Te agradezco la vida/ que germina silenciosa dondequiera que tú siembras […] De igual modo te agradezco por la muerte/ asomada en cada aurora con el dedo en las tijeras”. Bella imagen de la que asoma cada mañana de la vida.
Finaliza el poemario con un “Réquiem”, la muerte que está presente, pero no significa la desaparición, sino la prosecución del camino: “El día que muera, decid que he salido/ y ando muy lejos en busca de luz:/ decid a mis sauces que vuelo dormido/ y que alcen sus ramas en forma de cruz […] ¡pues duerme en mi frente… el perfil de una cruz”.

Algunos poemas:
A AMADO NERVO
Bendito seas, Amado Nervo,
porque inundaste mi alma sedienta
con tu raudal de cálido verbo
para que exprese cuanto ella sienta.

Tal como tú, yo busco ternuras
y amo lo bello y amo lo triste,
las alegrías, las amarguras…
¡Es por la “Perlas” que tú escribiste!

Yo amo esos lirios que en la pradera
nacen y mueren como olvidados,
sin un ensueño de primavera
ni azul recuerdo de un bien gozado.

Y amo contigo el mes de mayo,
la tarde triste, callada y franca,
que en el delirio de su desmayo
tiñe de sangre la nieve blanca…

Lloro con brisas, tersas y suaves,
si se parecen a mis cantares
cuando gorjean, como las aves,
¡cuando sollozan, como los mares!

Sueño en las noches cuando, a lo lejos,
la luna clara, tímida, esconde
la rubia trenza de sus reflejos
¡sin saber cómo, ni saber dónde…!

Canto a esas luces que, en las alturas,
lanzan cual flechas sus resplandores
a las campiñas mansas y puras
cuando, en silencio, duermen las flores.

-Mas, dime ¿dónde pasas la vida
tú, que soñaste tanto con ellas;
tú, que al mirarlas así encendidas,
también quisiste tener estrellas?

LAS VIOLETAS
I
Yo no tengo los alcances de un poeta:
soy un alma que ha vivido retirada,
contemplando cómo crece la violeta
y se hermana a mi sentir su flor morada.

Alejado vivo culto desde niño,
tras la reja, en un jardín anacoreta,
sin ensueños, ni ilusiones, ni cariño,
“pues no tengo los alcances de un poeta”.

Por las noches, cuando danza allá en la altura
cada estrella cual si novia engalanada,
cruza el viento por mi alcoba y remurmura:
“soy un alma que ha vivido retirada”.

Y el silbido es tan cortante y acerado,
tan precisa la estocada y tan secreta,
que me quedo con el pecho lacerado
“contemplando cómo crece la violeta”.

Ya mañana, tras los viejos murallones,
cuando rompa estas cortinas la alborada
sabrán todos por qué lloro en mis canciones
“se hermana a mi sentir su flor morada”.

LAS VIOLETAS
II
Mas, no tengo los alcances de poeta:
soy un alma que ha vivido retirada,
contemplando cómo crece la violeta,
hermanado a mi sentir su flor morada.
Pues, con ella, fui ocultando en el rocío
el aroma de mi lágrima secreta
y el humilde sollozar del verso mío,
¡mas, no tengo los alcances de un poeta!

Y, como ella, fui creciendo desde niño
sin historia, si amores y sin nada,
con tan sólo mi silencio ya de armiño.
¡Soy un alma que he vivido retirada!

Si amarguras o tristezas he sentido,
tan distante me parecer su saeta
que creyera siempre haber vivido
¡contemplando cómo crece la violeta!

Tierna amiga que al hablarme de otra infancia
sin historia, sin amores y sin nada,
hace carne de mi carne su fragancia
¡hermanando a mi sentir su flor morada!

DESAFÍO

Dos agudas compañeras,
por probar mi fantasía,
me pidieron que escribiera
unos versos, cierto día.

Me dictaron con soltura
desde “platos” y “cuchara”
hasta “lápiz”, “juez” y “cura”,
exigiendo que rimara.

Respondí yo, finamente,
a la prueba de esta gente
incluyendo en un cuarteto

los vocablos que me dieron
y confieso que no fueron
gran problema a mi soneto.

SOL DE INVIERNO
¡Sol de invierno, sol de invierno,
como un eco en las montañas te perdiste.
Yo le canto a tu agonía, sol enfermo,
Dios lo sabe, porque nunca mueres triste!

Porque el fuego vespertino
de tus rayos, demacrados y dispersos,
no ha quemado las violetas del camino
ni la blanca mariposa de mis versos.

Porque ardían en tus miradas,
como incienso arrebolado en el arcano,
un trasunto de tristezas olvidadas,
semejantes a la mía, ¡sol hermano!

Yo también tengo tristezas
tan inmensas y profundas como el mar,
que se llagan al impulso de finezas;
pero callan, si al verdugo ven pasar.

Y se callan a manera
de las aves, mientras ven caer la nieve,
con la sabia diferencia, ¡quién creyera!
que, en el alma, cae sangre cuando llueve.

PLANTA ROSAS…

Planta rosas, muchas rosas,
porque el brote de su tallo con espinas
es imagen de las horas dolorosas
que bordean el misterio en que caminas.

No les temas porque hieren:
su punzada dolorosa no hace mal;
las hormigas las escalan y no mueren,
cuando suben a la cumbre del rosal.
Planta rosas, muchas rosas,
porque pueden ser presagio de tu bien;
como fueron, sin dejar de ser hermosas,
en el Cristo… ¡la espinas de su sien!

EL SAUCE

Viejo sauce de las ramas encorvadas
sobre el pecho de algún charco solitario,
donde brillan como lágrimas cansadas
las tristezas de tu llanto milenario…

Sombra negra que, en las noches estrelladas,
te haces monje de un pasado legendario,
cuando cuelgan de tus manos alargadas
miles de hojas cual las cuentas de un rosario.

Para y cesa de gemir por un momento.
Junto al charco que acunó tu soledad:
¡mira cómo, con las ráfagas del viento,

esos ganchos, que caían sobre el suelo,
por fin se alzan y, venciendo la oquedad,
ya se elevan como brazos hasta el cielo…!

LA ENREDADERA

Nació enredadera y en cuna de piedras,
pegada a la planta de un viejo madero;
y fue su destino, al igual que las hiedras,
llegar a la cumbre buscando un sendero.

Con paso invisible trepó lentamente
la ruta en subida, clavada en el suelo,
que abriendo en dos tramos su extraña pendiente,
dejaba entrelazados la tierra y el cielo.

Arriba en la cima, ve sangre hecha huellas
lanzadas hacia abajo, cual lluvia de estrellas
que empapan el mundo y lo visten de luz…

Y la enredadera que advierte el mensaje,
desgarra en mil partos su vientre salvaje
¡y humilde florece abrazada a una cruz!

AFINIDAD

Es mi vida, como el tallo de las rosas,
una rama que del suelo se levanta,
sin gemir por las espinas dolorosas
que han rodeado todo el tallo de su planta.

Porque, a imagen de la savia cristalina
que en la punta se hace flor al vendaval,
silencioso yo he ascendido cada espina
hasta hoy día en que florece mi rosal.

Desde ahora cada llaga de mi frente
será un nimbo que despide resplandores
sobre el tallo ensangrentado de mi ser.

Y un emblema que pregone eternamente
cómo el alma que ha bebido sus dolores
al fin tiene que llegar a florecer…

ESPEJISMO

Estoy solo en el desierto de mi pecho.
¡Ya no vino tu recuerdo! ¡Ni la luna!
¡Ni el rocío que cabalga sobre el techo!
¡Ni la brisa que se ondula en la laguna!

Nadie asoma. ¡Las estrellas están lejos!
De repente, medio oculta entre la sombra,
mi delirio te dibuja en los espejos,
¡y oigo un eco pasajero que te nombre….!
Y tú llegas y te sientas a mi lado,
muy hermosa, pero triste y tan callada,
que hasta el cielo pareciera acongojado.

Amanece y yo te miro palpitante de ansiedad,
y tú ríes. Y me dices con un beso en la mirada:
¿no te acuerdas que me llamo “Soledad”?

VOCACIÓN

¡Oh Señor!, si tú me dices: ¡“ven”!
y me indicas el camino con tu luz,
yo lo dejo todo y te sigo también:
me despido del mundo ¡y tomo tu cruz!

Iré, Señor, por donde Tú vayas,
sin fijarme si es de noche o si de día,
si son valles o montañas, o si playas:
y lo mismo en el dolor que en la alegría.
Pondré en mis hombros aquel madero
que en herencia Tú dejaste al mundo entero
esa tarde que te hiciste Redentor.

Y, así, por doquier me haré presente
con tus llagas, como un sello aquí en mi frente,
¡y tu mismo mensaje único de amor…!

CREPUSCULAR

¡Hace tiempo que traspuse la mitad
de mi vida!
Ya se advierte sequedad
en mis trigos y rosales, sin medida.
Por el cauce débil, lento, de mis venas
corre apenas
el remedo de un torrente,
sin caudal;
y están secas las arenas
en la playa de mi frente
ya otoñal.

Las campanas de la tarde tañen suave;
y la nave
que me lleva ya hace amagos
de partir:
otros mares, y otros ríos, y otros lagos
¡quién lo sabe!
me dirán si he de seguir.

¡Sólo es cierto que he cruzado la mitad
de mi vida,
que se advierte soledad…,
y, en mis trigos y rosales, nadie anida!

CUANDO TÚ ME HIERAS

Señor, cuando Tú me hieras
bajaré solo al fondo de la tierra,
para hacerme entre tus manos justicieras
tan pequeño como un libro que se cierra.

No haré ruido ni en siquiera
la palabra que, implorando tu perdón,
quedó escrito allá en la página postrera,
con el último latir del corazón.

Será tal en ese ocaso
el misterio de mi vida y de mi muerte
que, cual niño con su libro bajo el brazo,
llegar ansioso… ¡de verlo y conocerte!

Y, Señor, Tú, Tú abrirás
ese texto con mi letra que no sé,
que escribí hasta donde pude. Nada más.
Y que está cerrado. ¡Tú sabes por qué!

TRANSFIGURACIÓN

Tú que sabes, oh Señor,
lo que cuesta la ascensión a tu Calvario,
lo sublime que es llegar a tu Thabor:
dame fuerzas para alzarme en mi sudario
¡y avanzar hasta la cumbre del dolor!

Tengo anhelos de trepar
esta cuesta pedregosa de la vida
para izarte allá, en la nieve secular,
otra cruz que, con sus manos distendidas,
me sirviera de madero y fuera altar.

Un madero desde donde
yo te hablara de una cruz a otra cruz;
y, así, viera cómo todo nos responde,
cómo siempre bajo tu ala se hacen luz
cada llaga y cada espina que se esconde.
Un altar de piedra agreste
do, cual trozos de montaña, allí a tus plantas
mi holocausto de tristezas te recueste,
ya las queme como incienso de ansias santas
que se eleva hacia la bóveda celeste.

Y Tú, acéptalo, Señor,
en recuerdo a tu ascensión hasta el Calvario
y al incendio que dejaste en el Thabor:
¡No te olvides que, abrazando mi sudario,
llegué apenas, a la cumbre del dolor…!

AL TABOR

Esta cruz que nadie advierte a mis espaldas,
y que abarca todo el cielo si estoy solo
es ara sacrosanta donde inmolo
mis plegarias por sus ojos de esmeraldas.

Fue la tuya, mi buen Dios, de leño y gruesa.
Es la mía de tan sólo una mirada,
tan ligera como el filo de una espada,
pero eterna por lo mucho que ya pesa.

No la quites de mis hombros, mientras sigo
cuesta arriba por si brota en mí,
donde pueda ver tu luz, y allí, contigo.

Luminosas, como el alma de una estrella,
hablaremos de tres tiendas en tu honor:
¡Una Tuya! ¡La otra mía! ¡Y una de ella!

TE AGRADEZCO, SEÑOR

Te agradezco, Señor,
porque puedo ver el sol y ver la luna y las estrellas;
porque puedo hallar tu rostro en cada flor
y en la espina tu silueta que se hermana con tus huellas.
Te agradezco la luz
y las formas y colores que nos guían en la tierra;
te agradezco ese dibujo de tu cruz…
¡y lo mucho que en sus brazos extendidos ella encierra!

Te agradezco la nieve,
pura y blanca, que te reza arrodillada en la montaña,
y el mensaje de la nube cuando llueve
sobre el bosque y el desierto, sobre el trigo y la cizaña.

Te agradezco la vida
que germina silenciosa donde quieras que tú siembras,
y se agita como lámpara encendida
en los cielos y en los mares y en los vientres de las hembras.

De igual modo te agradezco por la muerte
asomada en cada aurora con el dedo en la tijeras,
temerosa, como virgen,
de ofenderte
cuando corta la hoja seca o las nacientes primaveras.

Te agradezco, finalmente, por la rueda
de los astros y las piedras y las plantas y los seres
que circulan en bullente polvareda
hasta el día en que se duerman, Señor,
¡porque Tú lo quieres!

REQUIEM

El día que muera, decid que he salido
y que ando muy lejos en busca de luz:
decid a mis sauces que vuelo dormido
y que alcen sus ramas en forma de cruz…

Gritad a las aves que amé cuando niño
que suban más alto, a nivel de la luz:
que rocen sus alas en son de cariño
y crucen los cielos formando una cruz.

Que nadie pregunte si acaso regreso
al ver que la tarde se queda sin luz;
vendrán las estrellas con su último beso

y uniendo a su ronda estas alas vencidas
se irán por los aires, gimiendo dolidas,
pues duerme en mi frente… ¡el perfil de una cruz!

JMR, 06 de julio de 2020

Extensión y Cultura

Volver arriba