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Pedagogía Agustiniana

Pedagogía Agustiniana

I

LA EDUCACIÓN PERMANENTE

«Comienzo a ser libre cuando presto atención preferente a la realización del Ideal de mi vida y cuando asumo activamente la llamada de los grandes valores» (A. LÓPEZ QUINTÁS)

Con la expresión «sociedad de la educación» se quiere decir que ya nadie puede acumular conocimientos suficientes en la vida escolar. Debemos estar en proceso flexible de aprendizaje durante toda la vida. En el mundo que se avecina todos seremos estudiantes permanentes. Nadie puede quedarse con los conocimientos que adquiere en la juventud y en el colegio, pues la rápida evolución del mundo exige una actualización permanente de los distintos saberes. Al revés que hace años, hoy la educación ocupa un lugar cada vez mayor en la vida y en la preparación de los individuos, y aumenta su función en la vida diaria de las sociedades modernas porque no se reduce a una franja concreta de edad. «La obligación de seguir aprendiendo es consecuencia del amor a la verdad» (Respuesta a las ocho preguntas de Dulquicio 2,6).

(Del libro “Educar para la Verdad”, P. Ricardo Paniagua, OSA)

II

EDUCAR PARA LA LIBERTAD

En el concepto agustiniano del hombre, que no llega a este mundo como un vacío existencial que es preciso llenar desde fuera, sino como un potencial latente de valores, «memoria espiritual o interior» (Confesiones 10,8,15 y ss.),la educación:

– No es «meter» determinados contenidos en la mente humana, sino «desplegar» o liberar sus valores latentes.

– No es ajustar al educando a la idea propia, o a la propia verdad del maestro, sino encender la luz interior del discípulo para que él mismo haga el descubrimiento de la verdad, inmanente y trascendente en todo hombre.

– No es urgir la aceptación, imitación y seguimiento, sino la autoconciencia, cuestionamiento y comprensión.

– No es apremiar a renegar de sí mismo para ser otra cosa, supuestamente, ideal, sino mantener la invitación: sé plenamente lo que eres en tu más hondo misterio.

– No es «llevar de la mano» (ducare = conducir) hacia la verdad, el bien, Dios, de los que el educando esté privado, sino «sacar a flote» (educere), la verdad, el bien, la realidad viviente de Dios que están ocultos en su interior.

Del libro “Educar para la libertad”, del P. Francisco Galende, OSA

III

EL CAMINO HACIA LA LIBERTAD

La educación para la libertad implica un proceso, un camino: desde el protagonismo del educador que exige, apremia e impone disciplina, hasta el protagonismo del educando, que asume la responsabilidad de su propia educación. En algún momento del proceso educativo el educador habrá de asumir la consigna evangélica: «Conviene que él crezca y que yo disminuya» (Jn. 3,30). El educador habrá de dar prioridad a las pequeñas y titubeantes luces del alumno antes que limitarse a hacer brillar la propia, deslumbrando a la de quien está a su lado. Para el alumno es más decisivo lo poco que él mismo ha logrado descubrir y comprender, que lo mucho que sabe y enseña el maestro. […] Porque la educación es un proceso, implica no perder de vista que los alumnos son seres humanos que se están haciendo; cada cual desde su propia originalidad, desde sus propios dones y sus específicos condicionamientos, y su ritmo característico, que no es legítimo violentar. Implica flexibilidad, adaptación y educación diversificada para no malograr el proceso.

IV

ORACIÓN DEL EDUCADOR AGUSTINIANO

 

(La siguiente es una versión de la Oración del Educador Agustiniano, y una glosa)

 

Enséñame, Señor, único Maestro,

lo que tengo que enseñar

y lo que aún tengo que aprender.

Enséñame el arte de escuchar,

más excepcional que las palabras elocuentes.

Enséñame a colocar en mi libro de ruta

el viaje al mundo interior

donde pueda oír el rumor de la verdad.

Dame el regalo del silencio,

de la alegría y la misericordia.

Que sepa esperar

igual que el labrador contempla el surco

con los ojos abiertos

a la admiración y a la sorpresa.

Que mi corazón no sea una plaza vacía,

un territorio privado,

sino el rincón soleado

donde puedan sentirse cómodos

los hambrientos de amistad.

Que buscando aprenda, esperando ame

y conociéndome te conozca,

como el beso de la luz que entra por la ventana

me ayuda a descubrir el sol inmenso.

 

Glosa:

Enséñame Tú, Señor, que eres el único Maestro, el Maestro por antonomasia, lo que tengo que enseñar, que yo no lo sé; enséñamelo para que lo pueda enseñar; enséñame todo lo que aún tengo que aprender para realizar mejor la misión de educar. Enséñame, sobre todo, a escuchar, a escuchar el sentido profundo de tus criaturas, mis prójimos, y lo que ocurre; enséñame Tú a escuchar, dame de tu oído, dame de tu corazón para entender cuando me hablan. Escuchar más que hablar, que no me deje llevar por las palabras elocuentes que si bien son necesarias, no son la esencia. Son los actos, mi Señor.  “Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe”, solo bronce que resuena, como nos enseña San Pablo. Enséñame la interioridad, donde habitas Tú, donde está lo que trasciende, donde está el verdadero yo; enséñame ese camino de conocimiento y perfección y que yo pueda mostrarlo a mis educandos, aunque solo sea en mí un pálido reflejo. No soy yo, Señor, el que se muestra, sino haz de mí una luz que pueda iluminar el camino de otros, para que sigan su propia ruta. En ese camino hacia lo interior se halla la Verdad, Tú, Señor, tu Verdad trascendente e inmutable. Enséñame el silencio, el silencio hondo para escuchar cómo habla esa Verdad, cuál es el rumor precioso y dulce de la Verdad, la voz que solo se escucha en el corazón de lo que quieres o tienes que decirme, que decirnos. Regálame tu compañía siempre, que será mi alegría; regálame la misericordia: que aprenda a ver un poco como ves tú, misericordioso Señor. Como ves Tú, amor grande, amor total; enséñame cómo se ve desde el Amor. Hazlo en mí a tu medida, Señor, y en la medida que yo pueda sostenerlo y transmitirlo. Enséñame la espera y que yo pueda enseñar también la paciencia, la entereza. Haz pleno mi corazón de tu alegría, no un sitio baldío, no una plaza solitaria, lleno de Ti, Señor. Que sea un rincón o una sabana soleados, donde los que tienen hambre de Ti, de amistad, se sientan a sus anchas. Dame eso si lo merezco, y que sea para el servicio de los demás. Ayúdame en la búsqueda, insufla en mí el deseo de saber, que ame siempre, aun en la espera que impacienta; haz que te conozca cada día un poco más, y conociéndote me conozca y conozca a la humanidad, al prójimo, a Ti en los otros, como la luz que alumbra la mañana, Señor, me lleva a conocer el Sol que se levanta. Sin Ti nada de esto es posible. Enséñame lo que tengo que aprender y enseñar, para no errar en la misión que he decidido tener y vivir, y sostenme en tu misericordia.

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